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Esta figura femenina fue descubierta en 1954, en la misma cámara semi-subterránea donde estaba el Niño del cerro El Plomo, junto a sus otras ofrendas. Para los incas dichas figuras rituales podían tener múltiples funciones, entre las que destacan el ser sustitutos de sirvientes, tener características de deidades, o representar miembros de la élite Inca. Se les atribuía una fuerza inmaterial y eran parte de rituales religiosos importantes entre los que destaca el de servir de ofrendas en diversas huacas o espacios sagrados.